- Quiero hacerlo, papá. Necesito hacerlo.
Nessa abrazaba al recién fallecido Sprocket con fuerza. El animal, con los ojos vidriosos, la miraba todavía desde ese punto sin retorno, ése en el que sabes que te has ido y no vas a volver, pero el cual te niegas a abandonar.
- Nessa, cariño, Sprocket era muy mayor y es normal que haya…
- Mamá, necesito comprobarlo. Sprocket no estaba enfermo.
- Sólo tienes ocho años, Nessa…
- ¡Papá!
Gerard miró a su hija por encima de los cristales de sus gafas, con frialdad. Ya no sabía si, años atrás, había hecho bien en compartir la pasión por su trabajo con su retoño; o si por el contrario, había creado a un pequeño monstruo cargado de curiosidad. “Pero cómo me fascina”, pensaba todos los días cuando veía a su hija observar a los pájaros muertos caídos de los nidos; pájaros que a veces había visto derribar a la niña con piedras lanzadas de sus propias manos.
- Bien – sentenció -; lo haremos en el sótano. Dame un rato para preparar las cosas.
- ¡Gerard! – Diana gritó, enfurecida -. ¡No voy a consentirlo! ¡Nessa tiene sólo ocho años, por el amor de Dios, es UNA NIÑA! ¡No tu pequeña y macabra aprendiz de Dr. Frankenstein!
- Ella lo quiere así, Diana.
- ¡NO ES TU EXPERIMENTO, GERARD!
- ¡Ni soy una niña NORMAL, mamá, ACÉPTALO!
Nessa había soltado el inerte cuerpo de Sprocket, aún caliente, sobre la moqueta; y amenazante, miraba a su madre. Si no quería entenderlo por las buenas, debería de entenderlo por las malas. Diana miró estupefacta a su hija, y comprendió que ya era tarde: la había perdido, ya no había inocencia. Las energías a su alrededor vibraban y se revolvían, formando espirales que se devoraban unas a otras… Se preguntaba si estaba lista para dar “el gran paso”… “Es muy joven, es muy joven”, se repetía una y otra vez; “Que no vea a través del velo todavía”.
“Tarde”, le dijo Gerard con la mirada; luego dio media vuelta sobre sí mismo y se dirigió a preparar el improvisado quirófano. Si era verdad lo que su hija decía, no había marcha atrás.
Sobre la improvisada mesa de operaciones yacía el animal, más frío que hacía apenas una hora, un poco más rígido… Gerard tomó un par de guantes de látex, y le tendió otro par a su hija, que los aceptó sin rechistar.
- Te estarán grandes, pero no tengo otros, Nessa. Lo siento.
- Da igual, papá.
- Todavía estamos a tiempo de parar.
- No.
- Como quieras. Vamos a afeitar la zona torácica.
- Bien.
- Ponte la mascarilla – ordena mientras que él se pone la suya.
Un par de minutos de silencio.
- Tijeras de disección, Nessa – extiende la mano.
- Aquí tienes – se las entrega con firmeza, tal y como él le ha enseñado. Bajo la mascarilla, Gerard sonríe orgulloso.
Apertura en canal del animal, con delicadeza.
- Palas.
- Aquí.
- Pinzas dentadas.
- Toma.
Nessa acerca un poco su rostro al abdomen, ahora abierto y desnudo ante el mundo; de su difunta mascota. Siente el todavía retenido calor, el olor a sangre y órganos muertos. Está ahí, seguro que está ahí. Necesita verlo, tocarlo.
- El estómago, papá. Tenemos que abrir su estómago.
- De acuerdo – asiente él -. Bisturí y pinzas de Allis.
- Quiero hacerlo yo.
Mirada fría que se cruza con la de su hija. Hasta ahora, Nessa había dicho muchas cosas, pero sin duda ésa era de las más bizarras que había escuchado salir de su boca. Suspiró, entrecerró un poco los ojos y asintió pesadamente.
- Como quieras. Ven aquí, te pondré un banco para que estés más alta… Y te guiaré en todo momento, sobre todo con el bisturí. No quiero que te cortes y que tu madre se disguste más de lo que ya está.
- De acuerdo.
Firme, sin temblor; Nessa toma el bisturí y comienza a vaciar la caja torácica, sujetando tejidos aquí y allá con precisión. Saca los pulmones del animal y deja al descubierto el aparato digestivo en su totalidad. Su excitación ahora es difícil de ocultar, los ojos casi le van a salir de las órbitas. Ahí está, seguro que ahí está.
- Aquí, papá. Hay que abrirle el estómago – señala, exaltada.
- Toma el nº 3, es más preciso que el bisturí que estabas utilizando.
Otro corte, y un hedor que de pronto invade el sótano. Sí, sin ninguna duda, ahí está. Restos de comida para perros, y algo que no encaja. Parecen trozos de un cartón, ya algo consumidos por los jugos gástricos, pero reconocibles. Veneno para ratas. Nessa toma unas pinzas lisas y recoge unas cuantas muestras de las pruebas del delito. Sabía que tenía razón.
- Te lo dije – dice mirando a su padre -. Te dije que mataron a Sprocket, que no murió de viejo.
- Mamá va a alucinar cuando lo vea, pequeña. Vamos, acabemos con esto. Hay que cerrarlo y darle un entierro digno.
- No. Sprocket no hubiera querido que lo enterráramos. Él querría que lo quemáramos… pero antes quiero algo que sí devolveré a la tierra.
- ¿El qué? – Gerard pregunta intrigado.
- Su corazón. Dame las tijeras de corte para soltarlo de ahí.
- Nessa, eso es demasiado.
- Quiero su corazón.
- Está bien, está bien – la euforia visceral de Gerard aumenta por momentos. Qué hizo. Qué ha hecho. Qué han creado.
Tijeras. Varios cortes. Un ruido gutural y de extracción casi in vivo. El corazón de Sprocket brilla como rubíes entre las manos de Nessa. Ella lo observa, lo siente, lo huele; casi le gustaría lamerlo.
Un pequeño aullido llama su atención, y su mirada se vuelve a la mesa improvisada de operaciones. Sprocket la mira desde ella, sentado a cuatro patas, con la lengua fuera, el abdomen abierto; podría decirse que está sonriente. “No fue justo, Nessa” parece decir, “pero tú me vas a vengar, ¿verdad?”.
- Claro – susurra ella.
- ¿Qué dices, cariño? – Gerard levanta la mirada del cuerpo de su difunta mascota, el cual está suturando para proceder a su cremación, tal y como su hija quiere. Por un segundo parpadea, y su mirada es asustadiza. No es posible que haya visto latir el corazón del perro muerto en las manos de su hija.
Nessa mira de nuevo el corazón, y escucha desde su diencéfalo el resonar de una palabra, un nombre. “Calíope… despierta, Calíope… Ca-lí-o-pe… mi pequeña Calíope, Estigia aguarda y los sueños son el lugar más cercano a la muerte sin atravesar el velo”.
Pero el camino es largo y enrevesado, y los despertares, a veces, crueles. Ya entonces Oniros la estaba buscando; ya entonces la había encontrado, durmiente, cruel. Ya había despertado sin saberlo.
Desde entonces, Nessa siempre vio a aquellos que la buscaban a través del velo, aquellos que la llamaban Calíope. Aquellos que querían la verdad.