Las ondas oníricas sacuden la realidad como un terremoto devastador, viajando más rápido que la velocidad de la luz, sacudiendo millones de neuronas del cerebro al unísono. Sueños que se tornan pesadillas; pesadillas reales o de fantasía; sueños húmedos, secos, ardientes, fríos… ¿Nunca nadie os habló en sueños?
“Soñad, soñad pequeños míos, y podréis cambiar vuestro mundo, ese mundo tan lleno de claroscuros, luces y sombras que bailan al compás de este vals macabro, de esta danza de muerte que es la vida que os ha tocado vivir”.
Su voz era profunda, grave… Si hubiera podido tocarla, hubiera dicho que era áspera, pero dentro de ese tipo de aspereza que te gusta tocar y abrazar, que te gusta sentir sobre tu piel desnuda. De haber tenido sabor, hubiera sido agridulce, y desearía haber podido lamer sus labios hasta saciar su sed.
“Calíope, mi dulce Calíope”, la miró, con sus ojos vacíos y vidriosos; se acercó hacia ella y tomó su cara entre sus manos. “Pequeña musa que despiertas mis más primitivos instintos… te miro y siento furia, deseo…”
“Usted se equivoca, Calíope no es mi nombre, es…”
Aprieta las manos sobre su cuello, impidiendo que entre y salga aire. Son cálidas y suaves, fuertes, firmes; no tiene miedo de apretar… Ella siente miedo, pero también siente placer, ¿no es curioso? Se aferra a sus brazos y le lanza una mirada amenazante; lo cual parece agradarle y deja de apretar para sonreír con una mueca de satisfacción.
“Así que ahí estás” susurra, se acerca a su oído; “Te he estado esperando, dulce Calíope”
Ahora lo entiende. En el mundo onírico, Calíope es su nombre; y él es su captor, su amante, su protegido, su padre, su amo, su esclavo, su violador… Él fue y ha sido siempre su amor. Un temblor frío recorre todo su cuerpo, haciéndola sentir realmente emocionada, asustada, excitada… Las piernas le flaquean y su respiración se acelera. Por fin lo ha encontrado.
Muerde su cuello y ella emite un gemido de placer; recorre con sus manos su espalda mientras la aprieta contra sí, pudiendo de esta forma hacerle sentir todo su deseo hacia ella. Entonces, casi enfurecida, ella le tira del pelo y grita; una mirada le basta para saber qué es lo que tiene que hacer. La tira al suelo, arranca su ropa y ella deja que entre hasta su alma, que viole toda la cordura que hay en su interior, toda la locura que invade su cuerpo.
“Meow”
Algo ha saltado sobre ella… Ah, sólo es Kinesa, su gata… Abre los ojos lentamente, y observa que aún es de noche. La habitación está oscura, y la pequeña tormenta de verano es ahora un pequeño diluvio estival; escuchándolo a través de la persiana. A pesar de ello, hace una calor asfixiante. Mira el reloj, son las cuatro y afortunadamente, no hay llamadas en su busca.
“Malditos cambios de horario” se dice a sí misma. "Y maldita la hora en la que me mandaron a esta ciudad a trabajar…"
Un mueble cruje y, por un segundo, vuelve a sentir su presencia, su respiración detrás de su nuca, lamiendo su cerebelo para hacerle perder el equilibrio. Piensa que debería girar esa manecilla que hay dentro de sí misma, pero realmente descubre que quiero girar la suya y darle un poco de placer, un poco de dolor.
Siempre está bien tener un poco de los dos.