“(…) Sinapsis recurrentes que marcan los caminos eléctricos y químicos en el cerebro, autovías de información internas que activan una u otra emoción. Hay caminos mejor asfaltados que otros, y por lo tanto, destinos más o menos accesibles para mi subconsciente, que con un ligero toque de varita mágica, enciende o apaga determinados interruptores. Es posible que con entrenamiento lograra encender con más facilidad los que están situados más altos, aquellos con el nombre de “Felicidad” o “Positividad”, que me resultan tan inalcanzables debido a que mi escalera sináptica no es tan alta… ¿O tal vez no? ¿Realmente somos capaces de controlar nuestras emociones o, por el contrario, somos seres viscerales incapaces de contener un brote de vómito emocional? ¿Cómo de positivos o negativos pueden llegar a ser estos brotes? ¿Es bueno soltarlos o, por el contrario, es necesario guardarlos bajo el velo y la armadura que creemos irrompible? ¿Es de verdad tan irrompible… o por el contrario, es de lo cual nos queremos autoconvencer? (…)”
Nessa volvió a leer éste último párrafo un par de veces más. Sin duda alguna, no tenía ni idea de cómo terminar su trabajo sobre depresiones y alteraciones del estado del ánimo para la asignatura de Psicología Médica. De hecho, le resultaba vulgar el pensar que una depresión o cualquier alteración anímica dependiera tan sólo de unos circuitos cerebrales… ¿Acaso no había gente extremadamente feliz que, de pronto y debido a causas externas, habían sufrido depresiones? Sí, lo de siempre, “sólo unos casos”… Pero existían, ¿verdad? ¿No tenía eso ningún significado para la comunidad científica? Maldito método, siempre tan pragmático y obsoleto…
Miró su reloj… Las siete y veintisiete… Un escalofrío repentino le recorrió la espalda, empañando su campo visual. Sintió poco a poco cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies… “¿Otra vez?”, masculló para sus adentros mientras caía, cegada por luces rojas y azules en una oscuridad absoluta; dos ideas bastante disonantes para encontrarse en un lugar brillante y tan negro a la vez.
Fue escupida de nuevo en ese páramo mágico y extraño que nunca lograba encontrar. ¿Qué lugar era ése al que siempre iba a su encuentro? El deja vu cada vez era más patente… ¿En qué vida vivió allí? ¿Dónde? ¿Con quién…? ¿Acaso con él? ¿Cruzando el puente de piedra…?
Un momento, ¿de dónde había salido ése puente de piedra? En los años que llevaba soñando con aquel lugar, nunca lo había visto. Se acercó con cautela a observar su estructura fría y antigua a la par que resistente; en el suelo había marcado un número con caracteres romanos… “XIII”
- ¿Trece? – se preguntó en voz alta.
- Trece años son los que has tardado en llegar hasta aquí, Calíope.
Allí estaba, al otro lado del puente; frío, sereno. El cabello destartalado, como siempre, el semblante blanco, los ojos vidriosos fijos en ella.
- ¿Trece años?
- Comenzaste a soñar con éste bosque a los diez, ¿no lo recuerdas?
- Sí, pero no sé si el haber tardado trece años para llegar a un puente de piedra es algo positivo o negativo, la verdad. Me hace pensar que soy bastante lenta…
- Bueno – distingue una media sonrisa en su rostro -, otras veces has tardado muchísimo más. De hecho, me sorprende que estés aquí tan pronto. Ha habido vidas en las que ni siquiera habías llegado hasta aquí, muy a mi pesar… Así que la respuesta es sí, es algo muy positivo.
Da unos pasos y comienza a caminar hacia ella a través de la estructura de piedra. Ella, sin embargo, permanece inmóvil.
- ¿Y qué significa el que haya tardado tan poco?
- Que despertaste hace quince años muy precozmente, pero ese hecho ha permitido que hoy podamos estar aquí.
- No sé dónde estoy – contesta mirando a su alrededor -. Siempre me ha sido familiar este lugar carbonizado; es hermoso y aterrador a la vez… Me siento en casa.
- Era nuestra casa. Estás en casa.
Son esas palabras las que susurra en su oído, cn dulzura. La toma suavemente por la mejilla derecha, y la besa. Ella cierra los ojos, y sólo escucha su respiración y su presión sanguínea, a punto de explotar. Sí, por fin, había llegado a casa…
Abrió los ojos de golpe para descubrirse en el suelo de su habitación… ¿Acaso se había vuelto a quedar dormida de pronto? Se levantó y miró el reloj automáticamente… Las siete y veintisiete. Maldito Oniros juguetón, ¿por qué siempre le mostraba retazos?
Advirtió un parpadeo en su móvil, y comprobó que tenía un nuevo mensaje de texto. “Vamos al TCTCBN, te vienes?”. Puto Logan, siempre pensando en fiestas…. Y encima era uno de sus profesores… Desde luego, así va el servicio médico inglés…